martes, enero 11, 2011

El señor don limpio

Empecemos por el principio:

Acababa yo de llegar a clase de dibujo esta mañana y estaba poniendo el papel en el tablero, cuando mi amiga Gloria me pidió carboncillo, fue entonces cuando salí de clase con intención de ir a la taquilla a por los materiales; en qué mala hora.

Pulsé el botón que llama al autobús ascensor y, mientras esperaba, tuve uno de esos "momentos de chica" que, aunque muchos no lo crean, también tengo y caminé hacia la puerta del baño que se encuentra justo al lado de los ascensores sólo para mirar en el espejo cómo tenía el pelo (yo que sé, no me mires así, cosas de mujeres).
En esto que entro al baño (baño que, por cierto -dato importante-, es mixto) y sale por mi derecha un chico al que automáticamente se le descompone la cara; nos asustamos mutuamente porque ninguno de los dos esperábamos al otro y yo me disculpo con mi absurda costumbre de disculparme, por educación, por cosas de las que no tengo la culpa.

Para disimular mi feminidad, y que no pareciera que había entrado sólo para mirarme en el espejo, empiezo a lavarme las manos como acto reflejo (de nuevo, no sé, uno de esos momentos en los que pierdes el control de lo que haces y empiezas a fingir normalidad innecesariamente), a través del espejo veo que el chico sigue detrás de mí, en la misma posición y con la misma cara de descomposición de hacía un momento, titubeando.
Para mí el "percance" estaba zanjado, pero entonces caí en que igual creía que se había metido en el servicio de chicas erróneamente y le digo "es que es mixto", mientras se acercaba al lavabo que estaba a unos cuarenta centímetros del mío y empieza a lavarse lo que, hasta entonces, yo creía que eran sus manos; a todo esto, yo seguía lavándome las mías, explicándole que no pasaba nada, que no es que fuese de mujeres, que estaba en el baño correcto, sólo que me había asustado porque no me lo esperaba, todo con la precisión que me caracteriza y con el don de palabra de alguien que no sabe qué decir, cuando (sin quitar la cara de corderito degollado con la que siempre le recordaré) me dice "es que siempre me lavo después de..." y señala con las manos hacia abajo, en esto que dejo, por primera vez, de mirarle a los ojos para mirar hacia abajo y veo lo que viene siendo un miembro viril standard.

TODO EL TIEMPO HABÍA ESTADO AHÍ, SALUDANDO, Y YO SIN VER NADA.

Entonces yo, aguantando el tipo y el colapso mental que estaba sufriendo, muy digna, empiezo a decir cosas del calibre de "Ah, pues ni me había fijado", "Te lo juro, no me había dado cuenta de que...", "De verdad, eh, que no había visto nada ahí" -por suerte creo que él estaba demasiado avergonzado como para sentirse ofendido por mis alusiones, sacadas de contexto, sobre el tamaño de su pene -, terminé de lavarme las manos y salí corriendo de allí con un alegre y natural "hasta luego" con voz de persona despreocupada y cordial, como si aquello fuese totalmente normal.

Ahora vamos a ver:

El hecho de verle el pene a un desconocido, para una estudiante de bellas artes que ha llegado a vérselo a cuatro en un mismo día, no es gran cosa. Claro que el procedimiento suele ser mirarlo profesionalmente y dibujarlo; algo que este caso no me pareció oportuno y tuve que improvisar. Lo que me inquieta realmente es:

1. No me parece mal, pero ¿de verdad es común que alguien se lave su cosita en un baño público? Mis compañeros de la facultad y el elenco de hombres que tengo en Twitter dicen que no. Si tengo hijos algún día les tendré que enseñar a ser limpios de otra forma.

2. En caso de que sea costumbre de este señor hacer eso... Lo normal, creo yo, en caso de que una chica te pille con el percal en la mano... es disimular y esperar a que ella se vaya para proceder, no ponerte a lavarlo a menos de medio metro de la chica ¿no? Vamos, es lo que yo haría. Hay que ser conscientes de nuestras rarezas y actuar en consecuencia.

3. ¿Y si lo que había hecho no era pis?


Quizá ese chico, cuya versión de los hechos me encantaría conocer, al que nunca había visto en la facultad, sea el hombre de mi vida (porque, la verdad sea dicha, tenía un punto dado, pero mal partido no era: No estaba mal dotado, fue sincero, seguro de sí mismo y oye, limpio era un rato) y algún día nos riamos de esto en alguna barbacoa familiar mientras me hace escupir la copa de la risa recordándolo todo, pero, a día de hoy, esto no es más que una anécdota que llevaba tres años esperando. Cuánto daño ha hecho Ally McBeal.